¿POR QUÉ QUIERO SER JUEZ SUPREMO?

¿POR QUÉ QUIERO SER JUEZ SUPREMO?


Una idea turbia viene a mi cerebro: "ser Juez Supremo" ¿Acaso aquello es otro delirio más de mis sensaciones? ¿Estoy preparado para ello? ¿Es una osadía, majadería o incongruencia pensar siquiera en aquello? ¿No debería primero plantearme ser Juez de Paz Letrado, luego especializado, luego superior y así recién tentar ser Juez Supremo? ¿De dónde me sale tanta arrogancia? ¿Qué es lo que estoy consumiendo que deliro tanto? Son preguntas que se me vienen a la cabeza. Debo confesar que hasta ahora, a diferencia de muchos, "jamás quise ser juez", pues aquella condición siempre me pareció "un exceso de poder", que puede nublar los sentidos en extremo al hacer de una persona la "competente" para decidir sobre el destino y "vida" de otras personas; en fin, un acto que tiende en muchos casos a desarrollar la soberbia y anula o reduce la introspección; además, siempre me pareció "demasiado poder para alguien a quien no le gusta el poder", pues pensaba que aquello sería "demasiada arrogancia para atreverse a condenar a prisión o fallar a favor de uno y en contra de otro"; ser juez significaba para mí un acto casi "divino", y no por la cualidad -con el sarcasmo dulce popular- de ser los jueces del más alto nivel considerados unos "Dioses del Olimpo", sino porque se debe tener la sensibilidad de los dioses, es decir, ver aquello que no puede ver cualquier ser humano, transparentar el lado "justo" de los hechos y las soluciones a dar, estar más allá del bien y del mal, en palabras de Nietzsche, dejar de ser un simple hermeneuta que lleva el mensaje de los dioses, sino ser el que crea el mensaje, el significado y significante, las "sentencias, y con todo esto saber perfectamente que no se es dios sino un ser humano sobre el que los demás (la sociedad y los que son sometidos a su competencia) tienen poder y no al contrario; un juez es una persona "autorizada" por los demás para tener competencia, es decir, responde su poder al delegado por la sociedad y por tal se convierte en alguien que "sirve" para administrar justicia, y no para "empoderarse" en su vanidad; un juez es a nuestro parecer un "sujeto del derecho", cuya responsabilidad es mayor que el resto de personas porque sus decisiones judiciales afectan y hasta violentan la voluntad de quienes se someten, por la voluntad (derecho civil) o por la fuerza (derecho penal) a su competencia. Por eso es necesario saber y percibir el estado o sentido histórico del cargo (compulsión del espacio, tiempo y voluntad), que por ser sólo una delegación de poder (una persona puede mandar sobre mi voluntad sólo si he aceptado tal acto a través de un procedimiento de legitimación) es también "temporal". Pero a pesar que el cargo de juez es temporal acaso siempre nos encontramos -no todos- con jueces que actúan como si tuvieran un poder atemporal y demasiada susceptibilidad social, que raya en la discriminación o precaución por no juntarse con "cualquier gente". Pareciera haber en muchos pero no en todos los jueces una especie de discriminación voluntaria o involuntaria respecto de los demás; por supuesto, olvidan que "todos somos seres humanos de carne y hueso", con títulos o sin ellos, que todos "dependemos de todos" - carácter sistémico y no sólo holístico de la sociedad-, puesto que "el poder" sólo existe porque existen los demás, la sociedad, los otros (legitimación unidimensional transformada en colectiva); el poder es precisamente eso: algo que te dan los demás, que no existe en sí mismo, sino por relación con el resto, y es por eso un acto jurídico, una relación jurídica cuando se transforma o legitimiza por los procesos de validación.

Por otro lado, el juez viene siendo muchas veces sometido al escarnio social y mediático, bajo falsas premisas o falacias sociales, pues se observa frecuentemente alusiones, críticas, opiniones que tergiversan el lado "componedor del juez" y la utilización de los instrumentos legales a disposición del juez para administrar justicia. De pronto todos saben de derecho, de leyes, de procedimientos, de formas, y estigmatizan la actuación de los jueces. Por allá el periodismo ofende a un juez de noble talante e historial pulcro por sus decisiones -acertadas o erradas- y la ofensa se queda en la desidia por plantear el respeto de los jueces, dejada de lado por el miedo o pereza respecto a los hechos mediáticos. Nadie -o pocos- dice nada de tanta majadería contra los jueces, de tanta tergiversación de sus decisiones, de tanto atropello verbal, lo que provoca siempre una disminución del respeto por la administración de justicia y sus actores. Es necesario entonces recordar que el lenguaje popular, la radiación que tienen los medios de comunicación sobre un hecho judicial y su posibilidad "diaria" de difundir sus opiniones respecto a una decisión judicial es -a veces- escalofriante, "impune" y "perpetua" (la barbarie perpetua). Nadie cree que los jueces tienen siempre la razón, pero pensamos que si sobre la justicia se debe criticar ésta debe ser "con respeto institucional", sin majaderías que utilizan como máscara -voluntaria o involuntaria- la indignación por un hecho judicial. No creo en las majaderías y acaso estoy -sin quererlo- siendo un majadero.

¿Qué ha activado mis sentidos para pensar en ser Juez Supremos? Pues, la noticia virtual de la última convocatoria del Consejo Nacional de la Magistratura para postular al cargo de "Juez Supremo"; aquello ha activado una parte impensada hasta ahora por mí: la de involucrarme seriamente en el acto racional y sensorial de administrar justicia. No obstante lo que ha acervado la idea de postular para juez supremo va más allá de una simple noticia; se trata además de la conciencia existencial y productiva que implica ello: "Una y más posibilidades para plantear mis hipótesis de propuestas reformativas propositivas para mejorar la administración de justicia a través del Poder Judicial". Además porque pienso que el problema de la justicia ni siquiera se aborda con sinceridad, puesto que me atrevo a afirmar que los problemas de la administración de justicia son conocidos por todos, litigantes, abogados, fiscales, procuradores, jueces, y sé que nadie se atreve a realmente plantear las reformas necesarias para solucionar los problemas que son obvios, tradicionales y constantes en el ejercicio del derecho en las instituciones jurídicas. Sé que todos saben, sabemos, quiénes son los corruptos (palabra que no me gusta porque parece más una acusación que un diagnóstico para solucionar el problema), quiénes son los falsos, quiénes son los perezosos, quiénes son los tramposos, quiénes son los honestos, quiénes son los trabajadores, quiénes se ponen la camiseta, quiénes tienen demasiada vanidad por el cargo, quiénes tienen verdadera humildad por el cargo, quiénes son tal o cual en esa condición de juez, quiénes se transforman por el uso del poder, quiénes son hostilizadores laborales, quiénes son amicales, quiénes son falsos o verdaderos jueces, a quiénes les queda grande aquel título y a quiénes les queda perfectamente, quiénes dejan de hablar a sus amigos o miran por encima del hombro una vez encubiertos en el cargo de juez, quiénes tienen el temple y la temperatura para ser un verdadero juez, quiénes no deben ser jueces porque no pueden controlar sus propias emociones, quiénes tienen el talento y talante para lograr la serenidad y el equilibrio necesario. Sí, todos, o casi todos, -al menos los abogados- sabemos la historia de los jueces. Y entonces queda sólo trabajar con dicha información y atreverse a ser una parte de la solución antes que de la crítica; y allí encaja esta nueva meta mía: ser juez supremo no para gozar con la vanidad del cargo sino para plantear soluciones sinceras, sin subestimar las propuestas de la gente, sin ver sólo los cargos, sino la certidumbre y necesidad de las propuestas e ideas para solucionar en el mayor grado, el problema conocido y obvio de la administración de justicia.

Pero, sigo con mi pregunta inaudita: ¿por qué quiero ser juez supremo? Pues porque para plantear soluciones nacionales se tiene que llegar a un marco nacional; porque se subestima la inteligencia, se la obvia o relega; porque no entiendo por qué se sigue utilizando al juez sólo como "boca de la ley", porqué se tiene tanto miedo a la noción compulsiva del "prevaricato", porqué muchas sentencias -no todas- son tan "nebulosas" o "técnicas", que incumplen desde el inicio con el principio de "accesibilidad a la justicia", pues al no entenderse qué dice la sentencia, al utilizar logaritmos jurídicos, aforismos legales, falacias procesales, derivaciones a otras normas, mezcladas con vanidad o complejidad o en otros casos ingenuidad, se vuelve el derecho inaccesible. El hecho mismo que el derecho necesite intérpretes ya representa una contradicción al propio derecho de todas las personas a "tener derecho"

Es extraña para mi esta nueva meta, me siento como "el extranjero" de Camus, y sin embargo, "persisto" afirmativamente en mi nueva "decisión". Sólo me anima una circunstancia que escapa a mi voluntad: "Del derecho me gusta una sola cosa: Todo". (...).

Y aquí hago una pausa para continuar luego (...).

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