Actos de supervivencia
14.- Actos de supervivencia
He nacido viejo, viejo como el tiempo o el aire que surca los océanos, desértico y sin sentido. He nacido joven, joven como aquel que aún no ha conocido las virtudes de la sexualidad. He nacido arbitrario, como el que no gusta de modelos, sino los va inventando, descubriendo, descifrando y acaso acabando. He nacido inacabado, porque jamás seré yo mismo, sino yo y mis circunstancias, a lo más seré yo y las circunstancias de los demás, porque ni la brisa del mar o el aire del desierto, ni las ramas del verde bosque o la tierra de aquel piso sin calzada, harán de mi lo que soy, sino lo que no soy. Y no soy desierto en la calzada, no soy viento ni océano, no soy verde bosque, ni piso gris; no soy eso y mucho más, porque en la vida, el pensar en mi es una circunstancia vengativa para hacerme recordar que he nacido y que no puedo hacer nada -ni el suicidio- para vencerla. Por eso escribo, porque quiero encontrar lo que soy, porque me gusta el teclear de los botones de la computadora, porque me gustan las letras que forman palabras, sin importar qué tipo de palabras sean las escritas, no importa tampoco si dicen o no algo trascendental, no importa si forman estilos, modelos o análisis interesantes. Son palabras que formadas por el inconsciente de mis dedos, me producen placer más que inventiva, porque dejo, al igual que cuando uno pinta, que mis dedos escriban lo que mi memoria, o mi venganza les dicte; porque dejo que mis recuerdos, mis emociones o mis nuevas esperanzas o nuevas tentaciones, les digan qué escribir. Escribo porque no puedo hacer otra cosa, porque el sublime tecletear de mis sensaciones me lleva indiscutiblemente hacia allí. Y allí empieza lo duro, lo difícil, lo que me perturba: que aquellas palabras mías tengan que decir algo, que las letras se tengan que conjugar para "expresar algo". Eso es lo que tonifica mis ganas de decir que no, que no quiero escribir para transmitir nada más que mi propia voluntad de escribir, de sacar emociones que ni yo mismo sé que tengo y convengo, que incluso el derecho (que es una de mis emociones que me atrapa) es sólo una disciplina que disciplina la mente y acaso puede perfeccionar el alma, o sólo intente perfeccionar el alma, porque, dicen -las malas lenguas- que sólo la religión perfecciona el alma y, qué más da, el derecho, la religión, la ciencia, la medicina, etc., todas sólo son instrucciones de nuestros instintos por crear, por definir, por conservar; todos ellos son sólo actos de supervivencia..
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