El derecho al sexo

El derecho al sexo

El Derecho al sexo es la historia del reencuentro del ser humano (hombre y mujer) con su propia naturaleza, es la forma cómo la naturaleza (instinto) vuelve a reconciliarse con el ser, y logra su máxima expresión en el amor.

Una retrospectiva mirada hacia Babilonia y el Código de Hammurabi

Veamos un poco de historia sobre el tratamiento de la sexualidad en la antigua Babilonia, de donde se conoce el primer Código de Hammurabi. En Babilonia se concibe que la mujer está creada para dar placer al hombre, para concebir hijos, para llevar la casa. En ese sistema de vida, la mujer casada podía ser repudiada a sola declaración del marido, por causas como por ejemplo esterilidad, enfermedad, condición de mala mujer, etc.; pero, además, el hombre que repudiaba a su mujer, podía, a título de generosidad, conservarla en calidad de esclava. Esto estaba debidamente normado y consentido. No escandalizaba a nadie y era de lo más natural y justo. El Derecho además lo contemplaba, como un fenómeno de organización social.

En aquel sistema antiguo las diferencias entre hombre y mujer eran a veces extremas; por ejemplo, en caso de adulterio, infidelidad por parte del hombre, éste no recibía castigo, pero la mujer infiel era arrojada encadenada al río. Acto que se consideraba el más justo de todos los actos. Así también, la mujer que tuviera amante, de ser encontrada in fraganti, era arrojada atada junto a su amante al río. Pero si la infidelidad de la mujer era sólo una sospecha, también eran arrojados al agua, sin ataduras; sometiendo a los designios del dios río la inocencia o culpabilidad de los acusados.

La castración y la amputación de la nariz eran otros medios de castigar a los que cometían delitos sexuales. Y a los intermediarios que ofrecían al público aventuras con mujeres casadas se les cortaba las orejas, por lo que andaban muy desorejados.

Otra nota singular era que el marido podía entregar a su mujer -con hijos y todos- en calidad de prenda, por alguna deuda, al acreedor, por tres años, que con el tiempo fueron extendiéndose, lo que luego se convertiría en una especie de trata de esclavas.

El tabú de la sexualidad.-

Tocar el tema de la sexualidad puede parecer un tanto atrevido, y a veces hasta descarado; pero no hablar de ello en estos tiempos sería realmente escandaloso; además, ¿por qué no hablar del acto más natural -y por lo tanto más sano- que experimenta el ser humano? No hay, pues, motivo para asustarse y menos si recordamos que incluso en la Edad Media -la edad de la oscuridad, del ocultamiento- se hablaba del sexo públicamente con cierta libertad y peculiaridad en las áreas académicas; eso es al menos lo que cuenta Ramos Núnez -jurista- en libro: "Cómo hacer una tesis de Derecho y no envejecer en el intento", en el que introduce un asunto sexual, con la fácil excusa de presentar un ejemplo de lo que era una tesis en la Edad Media:

"Tal vez -escribe- para entender mejor el significado de una tesis valdría la pena recordar aquellas que se elaboraban en la época medieval que consistían tan sólo en la defensa oral de una posición polémica: Los ángeles carecen de sexo. Otro estudiante, con apoyo de las escrituras, retrucaría: Los ángeles tienen sexo masculino. Otro diría, a la luz de su bello aspecto: Los ángeles son mujeres."

Sin embargo, a pesar de haber pasado ya tanto tiempo desde la Edad Media, el sexo hoy sigue estando sospechosa y maliciosamente negado, ocultado y enterrado por velos lingüísticos, palabras elegantes, eufemísticas, adjetivos honoríficos, términos pretenciosos y falseadores como: "civilización", "cultura", "moral", "progreso", "decencia", etc., etc., conceptos que han hecho que esa relación sexo-realidad haya ido siendo desconectada a nivel colectivo y público de sus fibras auténticas, permitiendo que el ser humano vaya perdiendo como 'ser' (lo que uno es) y ¿ganando? como 'forma' (lo que uno debe aparentar ser). Todas estas negaciones categorizadas en el orden de los hechos podrían ser denominadas: "actos de ocultamiento" de la sexualidad. Lo paradójico es que para ello se ha utilizado al paladín de la libertad: al Derecho, al jus, usando de su fuerza coactiva tan descaradamente como haya sido posible, y en todas sus dimensiones. No puede olvidarse que quienes querían escapar de las negaciones y de los actos de ocultamiento de la experiencia sexual, y meterse de lleno en la espesura del mundo sexual y, además, difundir estos conocimientos, eran sacrosantamente bloqueados por reglas de orden moral, respaldados y legitimados por normas jurídicas, sin importar que estas normas -morales y jurídicas- fueran tan hipócritas como contrarias al ser mismo, al humano en su plena naturaleza. ¿Cuáles eran los conceptos o instituciones usadas para legitimar el bloqueo del conocimiento de la realidad sexual y de su libre difusión? Nada más y nada menos que las mismas palabras que hoy se utilizan para seguir bloqueando cualquier intento de dar rienda suelta a la creatividad humana (Nietzsche lo llamaría la 'voluntad de poderío': dar rienda suelta a nuestras potencialidades; o en sus palabras: "..., dar libre curso a su fuerza"), los mismos términos carceleros: "dignidad", "moral", "respeto" "buenas costumbres", "pudor", "bienestar social", "orden", etc. No negamos de estos términos algunos rasgos benéficos, pero tampoco olvidamos su lado oscuro, que parece ser más directa y eficaz, hasta porcentualmente mayor, puesto que la fuerza de estos términos -que encierran instituciones definitivas- es endemoniada, y hasta atroz; tienen una carga de autocensura espeluznante, ante la que uno ya no puede oponer nada si no quiere verse estigmatizado como irrespetuoso, hereje, blasfemo, mal educado, antisocial, impúdico, etc., términos que logran poner de manifiesto la falta de autenticidad del ser humano.

Es precisamente por este tipo de actos de ocultamiento y lenguaje dogmático (que encierra una verdad indiscutible), por las que ser auténtico en este mundo, es lo más difícil que se pueda pretender. Lo peor es que la sociedad misma está entrenada para no permitir ser auténtico, eso a sus ojos resultaría una monstruosidad. Los que intentan saltar estos límites se convierten de inmediato colectiva y subconscientemente en una especie de parias, apestados, etc. Las palabras se convierten luego en aplastantes incitadores de la modorra, y el ocultamiento se manifiesta en esplendor. El sermón -según estos términos-: no hacer nada, nada fuera de los cánones establecidos. Todo debe ser como es y no pasar de allí. Las cosas deben cambiar lo suficiente como para que nada cambie (Mangabeira lo llamaría Modernización Tradicionalista).

Intentando aclarar mejor las cosas, tomemos un ejemplo, el del término moral, la tan manoseada moral, del que todos hablan como un fin, pero nunca entienden muy bien cómo funciona. Savater explica la característica negativa de este concepto, y dice:

"La moral no es otra cosa más que la posibilidad aceptada y venerada de pensar contra uno mismo, de juzgarse y sancionarse a uno mismo, de acuerdo con una regla suprema y general: ser moral es admitir la posibilidad de tener culpables remordimientos por haber hecho algo que realmente se quería hacer, o aún peor, admitir contra toda evidencia de nuestra carne y de nuestro espíritu, que uno no quiere realmente hacer nunca más que lo que la moral ordena, y que sólo por incidental desvío se infringe la norma."

Esto último por supuesto no quiere decir que todo lo moral es malo, sino más bien que es dañino todo aquello que va contra nuestra propia e interna condición de ser humano, de homos eroticus, de tener, desde que nacemos -según Freud- la libido (apetito sexual).

Se objetará que hoy nadie tiene ya pudor en hablar públicamente sobre el sexo; hoy el trauma estaría superado, por lo tanto el tema es irrelevante, puesto que el sexo ya no es tabú en estos tiempos y eso significaría que ya no existen actos de ocultamiento de la sexualidad. Se dirá que hoy el sexo se habla y practica libremente. Bien, pues yo digo que eso es sino completamente falso al menos inexacto. No es cierto que el sexo haya dejado de ser tabú. Por ejemplo, ninguna institución pública -y acaso tampoco las privadas- podrían auspiciar, descarada y abiertamente, un proyecto donde los términos sexo crudo, desnudez, exhibición, sean tratados con suficiente desparpajo. Inmediatamente se confundiría sexo con pornografía, desnudez con morbo; y cualquier intento de ahuyentar todo mal entendido sería ineficaz, inútil. Es decir: el sexo sigue siendo tabú, aunque no se crea. Es algo que se mira lo más decentemente posible, pero se desea subjetivamente con el menor respeto posible.

Es evidente, entonces, que aún hoy existe un cierto temor a exponer nuestros instintos con total sinceridad, por ese afán de librarnos del término moralmente acusatorio de "morboso", que nos condenaría a perder nuestra muy buena imagen pública de "normal" y "sano", tan necesarios para formarnos una carrera laboral y política. Además el orden jurídico prohíbe cualquier exhibición de sinceridad sexual (te hallan con cientos de revistas eróticas y puedes ser acusado de enfermo sexual, violador, etc.). Luego salta la pregunta: ¿Qué queda para los humanos necesitados de una libre sexualidad? Quedan los "chupódromos", el burdel y las chicas fáciles, clandestinamente encubiertos por las luces bajas, la oscuridad y la noche. Lo cómico es que en el caso de los burdeles, por ejemplo, el panorama se presenta como un fenómeno curioso, donde se conjugan muy bien el respeto con el orden jurídico. La moralidad en estos ambientes y con esta clase de mujeres se transforma en la libertad sexual como regla de consenso. La norma moral sería aquí "tener sexo" sin machaqueos de censura y autocensura. Lo que tienes es más bien cierta culpa de no haber "ocupado" a una de estas mujeres, que se te exhiben como mercancía barata y lista, y que "trabajan honradamente" para ganarse la vida legalmente justificada. Lo bueno es que estas chicas no pretenderán que justifiques tu lengua salida, tu boca babosa y llena de saliva, tus ansias de amar salvajemente el cuerpo humano, tu "morbo"; y lo mejor es que allí sí está permitido "jurídicamente" tu comportamiento sexual, aunque moralmente sea reprimido. El Derecho se muestra así benevolente, flexible, humano, y se dedica más bien a aspectos de orden y seguridad (control higiénico de las vendedoras de humanidad sexual, licencias diversas, etc.). El discurso sexual se da allí con soltura, con descaro y bastante distante de toda moralidad urbana.

Esto haría recordar a otros tiempos, antes del siglo XVII, por ejemplo, los discursos eróticos eran más abiertos, más libres, menos hipócritas. Había cierta desfachatez en la desnudez, las carnes se bamboleaban entre la sonrisa natural de los demás, pero a partir de la burguesía victoriana, el discurso erótico se fundió en el rincón del silencio, de lo místico, de lo secreto. Y aunque el cuerpo quería liberarse, el orden social, jurídico, lo prohibía. Contranaturaleza de los instintos. El discurso erótico era exiliado al reino del matrimonio, a la alcoba conyugal y reducido a una función reproductora; fuera de allí, era inmoral, y drásticamente penado -explica Foucault-. Así que el silencio cundió ampliamente, y los actos de ocultamiento funcionaban en su máxima expresión. Y la sexualidad quedó retenida, muda, hipócrita, "la sexualidad es cuidadosamente encerrada. Se muda. La familia conyugal la confisca. Y la absorbe por entero en la seriedad de la función reproductora.... el único lugar de sexualidad reconocida, utilitaria y fecunda: la alcoba de los padres."

Pero el sexo y el Derecho no han podido desligarse del discurso político, del discurso explicativo, justificatorio, y de su relación con el poder. Para Freud la naturaleza fundamental en el ser humano del cual parten todos sus actos sería el sexo, y Adler piensa que es el sexo el fundamento principal de la sociedad (todo esto si mal no me acuerdo).

Para graficar retóricamente a la relación del poder con el sexo (y toda relación con el poder tiene que ver con el Derecho) podemos observar la profundidad de una frase, achacada a Víctor Andrés Belaunde, que sentencia así:

"El sexo es el poder de los jóvenes, y el poder es el sexo de los viejos".

Claro que este no es de ninguna manera un consuelo para los viejos, pero indica la relación sexo-poder como factor fundamental de la vida humana, esbozada como característica de vitalidad en los jóvenes y ficcionada como una no resignación en los viejos.

Por otro lado, la represión del sexo reforzada por las normas de moralidad, del Derecho y de las buenas costumbres tienen su contradicción rotunda en las propias personas paradigmas de moralidad, como por ejemplo la reina Victoria. Esta reina, teñida con el manto de moralidad, portadora de este signo, era -según escribe Eduardo Galeano- una gran narcotraficante de opio, que introdujo tal droga en la China, por medios nada morales, y -ante la oposición del régimen- mediante la guerra. Todo debidamente cubierto, eso sí.

El cubrimiento de la sexualidad ha utilizado argumentos discursivos de toda índole, desde los que señalan que el sexo fuera del matrimonio es un "pecado"(la iglesia), hasta los planteamientos de orden moral: el sexo es "inmoral" y por lo tanto malo. Esto ya es conocido, pero lo poco conocido es que la iglesia, y todos las instituciones que condenaban el sexo ya sabían de antemano que no era malo, que no era pecado, que no era inmoral. Sino que era una estrategia del poder, para mantener el orden a un nivel subconsciente extraordinariamente eficaz, creando como elemento de represión y de control la mejor arma que se haya podido inventar: la autocensura.

Es impresionante que aunque la represión sexual se haya fabricado con flores de trapo, el sistema funciona hasta ahora, en los lugares más liberales que existen, por ejemplo, escribe Charles Bukowski que a John Bryan, editor del periódico "underground" Open City, le echaron de su anterior trabajo en otro periódico de mayor prestigio Free Press "por oponerse a que le borraran el pene y los huevos al Niño Jesús. Esto en la portada del número de Navidad.", esto en los Estados Unidos de Norteamérica, nada menos. Imagino la historia vivida en este país, "el país de las oportunidades, la potencia mundial del mundo, el país desarrollado, el paradigma de civilización a la que los países subdesarrollados quieren -algún día- llegar, el país de la libertad, etc., y pienso que la hipocresía, el miedo estratégico a quedar mal con el resto del mundo es aún muy fuerte. El fenómeno se presenta ya no desde un punto de vista moral. No se esconde el sexo, o se lo disimula por moral, principios, razones éticas, sino por cuestiones netamente prácticas, materiales, económicas, políticas, estratégicas y tácticas, es decir son posicionamientos o posturas estratégicas. Lo malo de estas operaciones es que la gente se ve anclada en una serie de contradicciones, hipocresías y cinismos, que le impiden desarrollarse libre y creativamente, distanciando el sexo del derecho, o planteándolas como dos cosas separadas; el caso lo muestra uno de los presidentes de los Estados Unidos y su famosa y descarada amante oral.

Lejos de Babilonia

Hoy se trata más bien de una relación más horizontal. La mujer ya no está a nivel inferior que el hombre, sin embargo algunos han escrito que "las mujeres son básicamente animales estúpidos, pero se concentran tanto y tan enteramente en el varón que a menudo le derrotan mientras él anda pensando en otras cosas" (Bukowski). Las mujeres se basan en que tanto ella como el hombre provienen del mismo lugar, del vientre de su madre. Por suerte no todas las mujeres se ajustan a la descripción de Bukowski, y en el peor de los casos las cosas se invierten y es el hombre el que se vuelve el "animal estúpido".

Salta una inquietud, ¿en realidad qué somos nosotros? Científicamente -o aproximativamente- hablando diríamos que no somos más que "ese espermatozoide que tuvo la casualidad de nacer porque cuando su progenitor se puso caliente su madre estaba a mano. Si no sólo hubiéramos sido una víctima más de una necesaria masturbación." De lo contrario nos hubiéramos encontrado en la categoría de los espermatozoides perdidos, o sea que "No nos engañemos. Todos podíamos habernos perdido en una masturbación". Pero no somos sólo eso, algunos pertenecemos a la categoría de los "accidentes", aceptados sabiamente con un resignado: "que se le va a hacer", asimilado bajo la presión de una mujer bonita, (o fea) que nos ha llenado de bastante sentimiento de culpa, por razones de amor, o simplemente de estrategia económica (somos el enganche para una vida mejor). Entonces nos convertimos en la extensión y evolución de ese espermatozoide soltado irresponsablemente por un momento de placer, lujuria, o trampita. Otros somos producto de una muy inteligente planificación familiar (que debe ser una muy bajísima minoría) y así, por mil motivos más vamos llegando al mundo, a empujones, tropezando, de revés o derecho, etc.

Por último, no debemos olvidar que la mujer es lo más bello del mundo, que hay que respetarla, amarla, quererla, conservarla, y sobre todo, cuidarla. A veces pienso que el hombre sólo es lo que la mujer quiera que él sea, y es que parece que la mujer tiene como motivo de su vida a sus hijos, y el hombre tiene como motivo de su vida a la mujer.

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