LAS PIERNAS MAS LINDAS DEL MUNDO

LAS PIERNAS MAS LINDAS DEL MUNDO


Es un día sereno. Mi vida adolescente fue transcurriendo entre ir al colegio secundario y caminar por las calles rumbo a casa. No había nada nuevo que ver. Las clases de aquellos años no las recuerdo en absoluto, pero sé que las seguí, pues ahora puedo escribir y hasta maldecir por escrito o verbalmente. No sé si acaso me sirvieron los detalles sobre historia, matemáticas, lenguaje y otros cursos que no recuerdo. ¿Tanta información metida en nuestros aún formativos cerebros? Era un delirio, una cosa asfixiante. Los rostros de la mayoría de mis compañeros de clase se me han olvidado, no recuerdo sino formas, cabellos largos, negros, medio ondulados cayendo sobre los hombros delgados de adolescentes también delgadas la mayoría, y entradas en carnes algunas. Todos de color blanco y plomo, que ha sido el uniforme representativo de una sociedad en gris. Soldados escolares de blanco y plomo. Me veo sentado en mi carpeta de madera, alineado al fondo del salón, como resignado a estar allí, sin saber exactamente porqué, ¿porqué estaba allí? Mi madre me mandaba todos los días al colegio y nunca supe porqué iba, sino sólo por "obedecer" un mandato -bien intencionado- de mi madre. Casi no recuerdo que mi padre me dijera alguna vez: "hijo que te vaya bien en el colegio", o que se preocupara acaso por si estaba o no asistiendo al colegio. El asunto educativo siempre era asignado como preocupación de la madre, y así casi todos los problemas con los hijos. Mi estadía en el colegio era solitario y por lo tal no había motivo para asistir. No tuve la certeza de ir al colegio con la esperanza de encontrarme con algún compañero amigo, con alguna insinuación de romance escolar, con la belleza de verme jugando y compartiendo con los compañeros de clase. No, nunca tuve la sensación que el colegio valiera la pena para algo, ni siquiera para hacer amigos, que ahora sé es lo más importante. Sólo quedan sombras, figuras, retazos de imágenes en blanco y plomo; lejanos y hasta simiescos compañeros de clases que no llegué a querer ni a odiar, pues me eran indiferentes. No puedo decir como muchos que aquella fue "la etapa más linda de mi vida", que "añoro volver a esos tiempos"; pues no, no añoro ni extraño aquel tiempo. Me gusta más el presente, aquel que voy formando con mis ideas y delirios, aquel que voy construyendo a la medida de mis caprichos.

Pero, a pesar de no extrañar el colegio ni su prole, si recuerdo algunos datos curiosos. Recuerdo "las piernas más lindas del mundo" que vi por primera vez en mi vida, gracias a unas extrañas compañeras de clase. En aquel tiempo jamás hablaba con las chicas. Creo que me había prometido no hablar con chica alguna desde los cinco o seis años, luego de una caprichosa experiencia de selección natural (mi primita había elegido bailar con mi primito y no conmigo en mi propio cumpleaños) que no pude comprender, y arrebatado, ofendido, herido me acomplejé y me prometí no hablar nunca más con chica alguna. Pero un día, sentado casi al fondo del salón, pensando en las musarañas, unas niñitas adolescentes me llamaron por mi apellido: - "Hey Zambrano", me dijeron. Y yo giré mi rostro para ver quién me llamaba. No fue un giro en cámara lenta, pero ahora me la imagino así, girando lentamente mi cabecita y encontrándome con dos jovencitas vestidas de blanco y plomo, sentadas al final del salón, en carpetas que se me apetecían verdes, mirándome con unas sonrisas envidiablemente hermosas, jugueteando y cuasi abrazadas en las carpetas juntas que las cobijaban, sonriendo ambas, mientras una de ellas, la de al fondo, le levantaba media falda a la otra, linda, espectacular, bellísima compañera de clase. Y sonreían, reían, con aquella ternura que da la adolescencia, con una picardía ingenua, como para "despertar al compañero más zonzito, más bobito del salón". Claro que no recuerdo quiénes eran aquellas lindas compañeras (en realidad si me acuerdo), pero si quedaron en mi aquellas lindas piernas blancas, delgadas, bellísimas y alegres. Yo me desconcerté. Debo haber puesto una cara de idiota, de confundido y me aposté en mi lugar de batalla, me apertreché en mi carpeta, intentando comprender qué había pasado. ¿Qué era aquello que había visto?: "las piernas más lindas del mundo". (...). 






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